Por: Umberto Jara
Me maravilla el fútbol pero nunca fui hincha de Pelé, eso sí le tributé admiración. Tampoco me prendo en esas discusiones sobre quién fue mejor si el brasileño o los dos argentinos. Son tres genios. Pelé, Maradona y Messi, y el orden que cada quien lo ponga como se le antoje. En mi opinión, discutir quién fue “más genio”, me parece una reverenda idiotez, disculpe usted. La genialidad se admira, no se compara. Cada hombre genial es singular en su talento y en el maravilloso disfrute que ofrece con su arte.
Uno de esos genios, Edson Arantes do Nascimento, Pelé, ha fallecido el día de hoy. El escritor brasileño Xico Sá ha recordado una frase de Andy Warhol, aquel artista norteamericano que sostuvo que toda persona tendrá en algún momento 15 segundos de notoriedad y, en el caso de Pelé, Warhol extendió el tiempo de esta manera: “Pelé será famoso durante 15 siglos”. Digamos, una forma de describir la inmortalidad.
Por una cuestión de edad, aquellos que lo vieron jugar tienen largos calendarios encima y la mayoría de sus recuerdos están en blanco y negro quizá como la confirmación de que el esplendor de Pelé ocurrió en los campos cuando la televisión a color aún no existía y recién en su cuarto y último mundial sus goles, sus gambetas, sus pases se filmaron en rollos de cine a color.
¿Por qué me detengo en el color? Por una razón importante. Una noche cenando en Río de Janeiro con un amigo y compañero de trabajo, el gran periodista uruguayo Emilio Laferranderie, El Veco, hablamos de Pelé. Era un hombre controvertido en su país. Muchos lo cuestionaban y otros elegían a Ayron Senna, blanco y de familia rica, como el emblema brasileño. Me quedé sorprendido y El Veco anotó esta frase: “En portugués el racismo y la envidia significan lo mismo que en castellano”.
El genio que hizo popular en el mundo entero la camiseta verdeamarela de Brasil, nunca dejó de ser en su país el negro de origen pobre. Junto a sus proezas futbolísticas, un logro mayor de Pelé fue convertirse en figura con renombre mundial en los años sesenta, esa década en que los hombres y mujeres de raza negra empezaron a romper con sangre, sudor y lágrimas la abominable infamia del racismo y la discriminación. Fue un tiempo de luchas y un tiempo glorioso. Las grandes batallas de los estadounidenses negros por la igualdad fue uno de los grandes hitos de la década de 1960 y, desde las calles norteamericanas, se irradió ese avance por la dignidad humana. Los nombres de ese tiempo, entre otros tantos, son Martin Luther King, Malcolm X, Nelson Mandela, Muhammad Ali, Pelé.
En aquel tiempo, era asunto de pugnas y molestias ver a un negro en las alturas del éxito cosechando millones de aplausos en todo el planeta gracias a su talento. Pelé logró ocupar un altísimo lugar en tiempos difíciles y nunca cedió a los honores que pretendían cambiarle el color culturalmente hablando. Dejó una frase tan hermosa como su primer gol en un Mundial: “Yo nunca me quité el color para jugar”.
Y con ese color asociado a la alegría del ritmo y con su arte genial para jugar al fútbol, Pelé deja, desde hoy, el legado de maravillosas escenas en imágenes en blanco y negro y color y en múltiples fotografías con su estampa de atleta. No fui devoto suyo, supongo que por una razón generacional y por mi apego a la cultura rioplatense. Que demonios importa un hincha menos en su legión de seguidores. Lo que todos guardamos hacia él es la unánime admiración que suscita un genio.
La fotografía con la que acompaño este post es la imagen que en mi niñez solía mirar con asombro y, ahora, de adulto, cierro estas líneas con esta frase de admirado homenaje que le tributa el escritor Xico Sá: “Pelé es la compensación que Dios le otorgó a nuestro país por no tener, hasta ahora, un premio Nobel. Pelé inventó la idea de Brasil en el imaginario de todo el planeta”.
Y lo consiguió un niño pobre del modesto pueblito de Três Corações, como para enseñar que el racismo, la envidia, la discriminación jamás podrán contra el talento y menos aún contra la genialidad. Una lección más que el fútbol entrega de manera inagotable.
Obrigado, O Rei Pelé.