Por: Umberto Jara
Tras la impresionante y espontánea movilización social ocurrida en Argentina con alrededor de cuatro millones de personas volcadas en las calles de Buenos Aires para celebrar el campeonato mundial conseguido, empiezan las preguntas sobre el después.
En un excelente artículo publicado en el diario El País de España, el escritor y periodista Martín Caparrós plantea una pregunta central: ¿Para qué sirve ser campeones? Y en su texto plantea asuntos esenciales que también sirven a los peruanos porque nosotros vivimos, en 2018, la euforia social a partir de un logro deportivo.
En las líneas siguientes resumo los argumentos expuestos por Caparrós.
“En sus declaraciones, en sus redes, varios jugadores exaltaron la unión y la perseverancia, el sentido de equipo, de colaboración y ayuda mutua. Leo Messi posteó que con este triunfo “demostramos una vez más que los argentinos cuando luchamos juntos y unidos somos capaces de conseguir lo que nos propongamos” y ya lleva 64 millones de likes en Instagram: el post más celebrado de la historia.
El fútbol ofrece esa apariencia de unidad: sirve para eso. Todos los habitantes de un país pueden creer –e incluso sentir– que su selección les pertenece, que es una síntesis del mérito común, que lo hace por y para todos. Se puede discutir tal o cual jugador, tal o cual táctica, pero todos saben que la meta está clara: jugar mejor que los demás, ganar todo lo que se pueda, concretar. Gracias a eso hoy somos campeones; por falta de eso la mitad de los argentinos siguen viviendo peor de lo que deberían.
En el juego social, en los cruces que nos mejoran o empeoran la vida, nunca hay un solo equipo. Hay varios, unos más poderosos y otros menos. Por eso, es obvio, el fútbol nos ofrece una oportunidad de unidad y voluntad común que la dinámica social no puede dar. Por eso la metáfora de la selección –ese espacio donde todos podemos “luchar juntos y unidos”– es difícil de replicar en los asuntos de la vida.
Para que este triunfo sirva para algo, importaría que nos preguntáramos qué queremos, qué puede unirnos como el fútbol. Empezar por conversarlo, debatirlo, y elegir algún fin claro y concreto. ¿Conseguir, de verdad, que nadie pase hambre en un país donde sobra comida? (…) Digo el hambre –quizá lo más urgente– como podrían ser otras cosas: recomponer la salud pública para que nadie se quede sin su atención y sus remedios, completar las redes cloacales para que la mugre no siga matando, armar un plan en serio para crear empleos verdaderos y que nadie tenga que vivir de la beneficencia. Digo: buscar las metas, decidirse, juntar fuerzas para conseguirlas. ¿Será posible? ¿Nos dejarán? ¿Querremos?”
En el Perú, en dimensión mucho menor de logro deportivo, la clasificación a Rusia 2018 generó una inmensa euforia social en la cual todos los peruanos vivimos la experiencia de que la unidad y el esfuerzo en conjunto permitían lograr una meta. Sin embargo, todo eso se diluyó.
En el ámbito futbolístico, la llamada “Mejor hinchada del mundo” no hizo nada para sacar del cargo al corrupto dirigente de la FPF, Agustín Lozano que sigue destruyendo lo poco que se había logrado. A nivel nacional se toleró a dos individuos destructivos como Martín Vizcarra y Pedro Castillo, dos sujetos muy alejados de los conceptos de unidad y esfuerzo conjunto y más bien propulsores de antagonismos para dividir al país y encargados de un mensaje perverso: el esfuerzo colectivo poco importa, importa más la corrupción, el dinero fácil (y sucio).
Lo lamentable es que miles de miles que lloraban de emoción cantando “Contigo Perú” envueltos en camisetas con el lema “Te amo Perú” respaldaron a dos delincuentes y hasta hoy uno de ellos (Vizcarra) sigue impune y nadie hace nada a pesar de los 200 mil peruanos muertos en la pandemia que gestionó con deliberada maldad.
En una parte de su texto, Caparrós hace un retrato que calza perfectamente con el Perú. Dice: “Muchos de los que ahora celebran y celebran la unidad son personas que, en sus definiciones de sí mismas –la magia de las redes–, se presentan como “profundamente antiX”, “antiY rabioso” y no consiguen decir siquiera de qué están a favor”.
Exactamente eso ocurre entre nosotros. La absurda actitud de ser militantes anti algo, activistas anti algo en lugar de ser actores de diálogo para lograr mínimos acuerdos. Entre tanta división, ni siquiera se percibe que mínimos acuerdos harían mejor la vida de los que insisten en vivir siendo anti algo.
El fútbol despierta y activa el inmenso valor de conocer que el esfuerzo en conjunto conduce a una meta. En eso es maravilloso. Lo triste es que, después, la estupidez humana se encarga de desperdiciar la oportunidad.